Me vi a mí misma desde fuera: detrás de un micrófono, frente a una pared de ladrillo, rodeada de luces y a lado de una estatua de San Judas Tadeo.
Desde que leí las primeras líneas de Memorias para Paul de Man de Jacques Derrida, me he sentido completamente identificada:
«Nunca supe contar una historia. Y como nada amo más que la recordación y la Memoria —Mnemosyne— siempre he sentido esta incapacidad como una triste flaqueza. ¿Por qué se me niega la narración? ¿Por qué no he recibido este don? […] El don (doron) de Mnemosyne, insiste Sócrates, es como la cera donde todo cuanto deseamos preservar en la memoria se graba en relieve dejando una marca, como la de los anillos, correas o sellos. Preservamos nuestra memoria y conocimiento de ellos; luego podemos hablar de ellos, hacerles justicia, mientras su imagen (eidolon) permanezca legible».[1]
Por un lado, desde hace años estoy sumergida en preguntas acerca de la memoria, por el otro, definitivamente no siento que tenga el don de la narración. Por eso, cuando llegó a mí la noticia de un taller de live storytelling, me resonaron y movieron tanto los miedos, faltas y demás, como las palabras de Derrida. Tenía que decir que sí a ese taller y enfrentar tanto recuerdos —de donde tenía que surgir una historia— como el decirlos no sólo en voz alta, sino frente a un público —de esto me enteré en la primera clase—.
Es la primera vez, que yo sepa, que en México se lleva a cabo un evento como éste. En Estados Unidos lleva unas décadas la tendencia de subirse a escenarios a contar sus historias. Llega a México The Slant —mágicamente nombrado por el poema de Emily Dickison «Tell all the truth but tell it slant»—originado por Tadeo Gastelum. De repente, me encuentro en un espacio donde aprender que contar mi historia implica un reconocimiento de los recuerdos como capaces de ser reproducidos mediante voz y un nuevo sentido, así como pensados para ser relatados delante de otros. Me moría de nervios.
El tema de este primer ejercicio fue «terrible moments»: me moría de nervios dos veces. No sólo no soy alguien que sepa narrar, sino que soy alguien que no deja entrar a las personas mucho que digamos. Empezamos con una lista de momentos terribles y seleccionamos uno para trabajarlo como historia. Lo fascinante fue que, una vez que escogí un momento, mientras más ahondaba en él —según yo terrible pero consciente de que no el peor—, más detalles encontraba con los que, aparentemente, sí cargaba sin saberlo; tal vez no era un momento terriblísimo, pero sí uno metonímico de muchos instantes y, sobre todo, relatos pesadísimos.
Muchas veces en clase me sentí completamente perdida. ¡Yo no estaba hecha para compartir tan abiertamente eso reprimido! No sé si era peor el exponerme los matices de algo que me creí doloroso pero inofensivo a mí misma, o tener que ordenarlos tan rápidamente como para compartirlo a un grupo de personas. Fue frustrante y maravilloso al mismo tiempo.
El recuerdo reprimido irrumpió con más verdades de las que podía procesar. Dado que lo iba a presentar ante un público, fue necesario procesar las huellas como ficciones desde el personaje que lo iba a narrar. Es decir, se jugaba algo como la oposición —interior en un principio— de la escritura y lectura de un episodio de la novela de mi vida. Mientras tanto me preguntaba, ¿quién seré y qué diré en relación con ese público imaginario?
Tadeo, en repetidas ocasiones, nos dijo que este ejercicio tenía algo —o mucho— de terapéutico, y con mucha razón. Mientras que al diván ya había llevado algunas de estas cuestiones, aunque desde otras perspectivas —siempre nos movemos de pliegue de vista—, aquí no sólo se desbordaron más asociaciones hasta el momento inconscientes, sino que las enuncié como parte de un grupo. Un grupo que estaba haciendo precisamente lo mismo: crear nuevas asociaciones a esas ficciones que nos habitan y habitamos.
Otro reto fue el idioma: pensamos, formamos y compartimos nuestras historias en inglés. Me venían dos cosas a la cabeza: una, que, por no estar hablando mi lengua, había algo desplazado que permitía al personaje que me había creado relatarlo desde otra perspectiva —otra lengua como otra manera de vivirme—. La otra, fue que pensé en la primera parte del coloquio Fuerza de ley en el que Derrida —siempre hablo y hablaré de él— se dirigió a los presentes en una lengua que no era la suya —por obligación, por ser más justo y por hospitalidad—.
La referencia a la hospitalidad fue la que me movió y dejó pensando más. La idea de The Slant es que los artistas cuya lengua materna es el inglés tengan un espacio donde expresarse en ella —y las mezclas con el español que también son alentadas— en la Ciudad de México. El público del 28 de mayo fue predominantemente angloparlante —pero los demás también lo hablábamos—, así que yo hablé en inglés con y para ellos en una lengua que no es la mía, en un espacio en el que cotidianamente hablo mi lengua.
La idea de ofrecerse hospitalariamente al otro, en su lengua, pero en un espacio que generalmente se escribe en la lengua de una, me sigue rondando. Me gustaría, creo, tener esta experiencia al contrario: hablar[me] en español en un espacio en el que no se hace comúnmente, para poder crear un panorama de reflexión más amplio. Lo que sí sé es que me emociona la idea de recuperar la experiencia de la narración. Pienso en El Narrador de Walter Benjamin:
«[…] Esa experiencia nos dice que el arte de narrar está acabado. Es cada vez más raro encontrar a personas que sean capaces de contar algo bien. Es cada vez más habitual que la propuesta de contar historias cause embarazo entre los presentes. Es como si nos hubieran arrancado una facultad que nos parecía inalienable, casi lo más seguro: la facultad concreta de intercambiar experiencias […] Un consejo bien entretejido en la estofa misma de la vida vivida es sabiduría. Pero hoy el arte de narrar se acerca a su fin, porque está desapareciendo el lado épico de la verdad, es decir, la sabiduría».[2]
En conclusión, aunque más de una vez pensé en renunciar —en no contar mi historia públicamente—, me moví y lo hice. Me subí al escenario el sábado 28 de mayo —junto a una estatua de San Judas Tadeo— a relatar mi terrible moment en inglés y lo logré tanto como se pudo —y sin contar pequeños malentendidos con el micrófono—. Con toda esta experiencia —desde estar en la clase, todos los descubrimientos que envolvían a mi historia, hasta la culminación en el escenario— compruebo cada una de las palabras de la cita de Eudora Welty «Wherever you go, you meet part of your story».
¡Visiten The Slant México!
[1] Jacques Derrida, Memorias para Paul de Man, España, Editorial Gedisa, S.A., 1ª ed., 1986, p. 17.
[2] «Con el predominio de la burguesía (uno de cuyos instrumentos más importantes en el alto capitalismo es la prensa), surge una forma de comunicación que, por más remoto que sea su origen, nunca antes había influido de manera tan determinante sobre la forma épica como tal […] Esta nueva forma de comunicación es lo que se llama información». Walter Benjamin, El narrador. Consideraciones sobre la obra de Nikolái Léskov, en Obras. Libro II/vol. 2, Madrid, Abada Editores, 2009, pp. 41-47.